jueves, 20 de agosto de 2009

EL RELATO DEL MES



EN UN BAR DE LA ESTACIÓN


El muchacho que descendió del tren, vestía unos tejanos oscuros y una camisa de cuadros, con el cuello abierto hasta la mitad del pecho.
Con una maleta en la mano, atravesó la calle abrasada de un sol de agosto y entró en la penumbra fresca de un bar, sitúado frente a la perdida estación.
Tenía hambre y decidió comer con tranquilidad y descansar allí mismo hasta las nueve. A esa hora, tomaría el otro tren que lo dejaba en su pueblo.

El bar restaurante, pintado de un color fucsia descolorido y sucio, estaba casi vacío. Sólo en una mesa del fondo, bebían y hablaban a gritos tres muchachones.

Eduardo miró el reloj que marcaba las cinco y cuarto y pensó que le quedaba aún mucho tiempo para llegar a casa. Se acomodó en una mesa con mantel a cuadros, junto a una ventana abierta a un campo desolado y polvoriento. La ciudad, un poco más lejos, se derramaba en barrios que se adivinaban agobiados por el bochorno de un día especialmente caluroso.
Pidió una ensalada, un filete y una jarra de cerveza. Y mientras comía, se dejó llevar por la melodía de una canción pop, que llegaba de un transistor.


Un coche se acercó envuelto en una polvareda. Dos chicas y un señor mayor entraron y pidieron refrescos de limón y cervezas que tomaron junto a la barra, siguiendo con el cuerpo el ritmo de la música.
Una de las chicas, la más rubia y espigada, le recordó a Marta, su novia. Se la imaginó impaciente, de un lado para otro de la casa, nerviosa, sin acabar de decidirse por el vestido que iba a ponerse para recibirlo. Imaginó tambien a su madre, preparándole la cena. Algo especial, para celebrar su éxito en las oposiciones.
Las chicas y el señor salieron, y el coche se perdió en el atardecer.

El reloj marcaba las ocho y media.Ya no quedaba sol. Sólo un esplendor rojizo, se difuminaba en las nubes.

En ese momento, los chicos de la mesa del fondo, llamaron al dueño. Cuando éste se acercó, uno de ellos lo amenazó con un revólver y lo obligó a tirarse en el suelo. Mientras el muchacho que parecía más joven lo mantenía inmovilizado, los otros dos pasaron del otro lado de la barra y se apropiaron del dinero de la caja registradora.
Eduardo no estaba asustado, pero pensó que él, desarmado y solo, no podía hacer nada. y permaneció sentado, disimulando su atención a través de la ventana.
Los dos mayores estaban ya en la puerta y llamaban por señas al otro. Pero éste antes de irse, en un gesto de inútil e incomprensible crueldad, disparó su revólver sobre el hombre inmóvil tirado en el suelo.
Eduardo se acercó entonces para intentar, no sabía como, auxiliarlo, cuando sintió una punzada horrible en el costado. Luego, el choque brutal contra el cemento y la lámpara del techo que giraba en su cabeza, hasta hacerle perder la visión...

A través de puertas y ventanas abiertas, se colaba la oscuridad que se iba apoderando del campo, borrando sus contornos. Mientras, la lejana ciudad, se destacaba con luces cada vez más brillantes.

Bruscamente volvió del desmayo. No podía moverse ni gritar y las náuseas se le agolpaban en la garganta.
Escuchó vagamente el pitido del tren. De su tren, que se iba sin él, que no puede despegarse del suelo, sucio y pegajoso, surcado por dos regueros de sangre...

martes, 4 de agosto de 2009

POEMAS A LA VIDA SENCILLA



PROGRESO

... Y regresé
al lugar donde viví mi infancia,

pero no lo escontré.

Mi casa de madera y de piedra
ahora es un gran cubo
de hormigón y cristal.

Dónde quedó mi patio?
La dulzura inclinada
de la higuera?...

La fuente que arrullaba
mis sueños infantiles,
se convirtió en estatua
indescifrable

y el paseo arbolado,
en moderna autopista
de cuádruple carril.

Destellos de neones
ocultan las estrellas.

No pude ver la luna,
que entonces se colaba
por mi ventana abierta.

Y me fui, desolada,
a llorar mansamente...